8.19.2011

Mis Razones para un último Beso cap 3.1

Bueno esta es la primera parte de este capitulo, lo que significa que al parecer me entusiasmé demasiado al escribirlo y acabé, no sé cómo, con diez páginas de word… T^T… y por eso la recorté hasta poder publicar las tres oficiales jajaja… así que definitivamente y como es viernes aquí está:
Mis razones para un último beso portada
Tercer Capítulo: Entrevista

Todo en realidad era una horrible y espantosa pesadilla. Nada se había cumplido, convirtiéndose en un mal presagio. Pero en cuanto escuché el despertador a mi lado y la voz de un maleducado, todo a mí al rededor se desmoronó.
-… Venga Keith, es hora de levantarse. Hoy es la gran prueba ¿recuerdas?
Estaba muy a gusto ovillado entre las sábanas de fina tela sedosa, de un olor refrescante para los sentidos, de un dulce empalagoso pero a la vez excitante… Lo que tenía haberlas lavado con un detergente de primera calidad.
-Hum... Déjame un poco más, papaíto, un poco más… -rogué cubriéndome la cabeza con la almohada.
Sentí cómo la presión de sus dedos se iban cerrando cada vez más y más en mis fosas nasales, impidiéndome respirar y que acabase por abrir los ojos obligatoriamente.
-Estarás contento –dije enfadado –, ya estoy despierto.
Me observó detenidamente, con esa expresión que solía poner para que no le llevara la contraria, esa expresión llena de una chispa asesina que sabías que si lo contradecías en lo más mínimo, acabaría volviéndose contra ti tarde o temprano.
-¿Qué? No he hecho nada, al menos que yo sepa. Ni siquiera me he levantado para que se me culpe…
Aún seguía con esa siniestra expresión que ya me estaba poniendo hasta enfermo.
-¿A caso piensas quedarte aquí todo el santo día, Keith? –preguntó al fin después de un momento de tensión en la que saltaban pequeñas chispas que gritaban: “¡Pégale, zarandéale, hazle de todo!”
Estiré los brazos hasta que un “crack” sonó de repente en mis hombros.
-No, usted tranquilo, su señoría. Pienso levantarme enseguida –le informé haciendo ademán de levantarme pero paré al ver que seguía firme ahí como una estatua. Qué irritante llega a ser el tío cuando quiere…
Le hice una señal con las manos para que ahuecara el ala y, refunfuñando, salió, no sin antes echar una última mirada en mi dirección antes de cerrar la puerta, quizás para cerciorarse de que no escaparía ni nada por el estilo. Pero vamos a ver, soy yo… Keith siempre hace sus salidas espectaculares a lo protagonista de película hollywoodiense, si no se trataría de un vil doble de acción y eso no podía ser, no señor.
Me puse en pie, y con los pies enfundados en las zapatillas de conejito que había conseguido rescatar de mis efectos personales, salí al pasillo y luego al comedor-salón. No hacía tanto frío como me había supuesto, más bien había un calor agradable para la piel.
-Buenos días –le saludé todo alegre, tal y como era yo.
Allí, sentado en una silla tomando un café descafeinado en una taza personal, regalo del aquí presente, se encontraba el más grande de los colegas del universo, nada más y nada menos que Francis Rivière.
Me mantuve observándolo, pasmado, en su manera de leer el periódico. ¡Hasta parecía inteligente y todo con sus gafitas de lectura de marco negro azabache y su traje Armani! No entendía su postura de no aceptar ninguna cita. Bueno, vale, lo entendía ya que supuestamente yo le había inducido en la vida de la soltería permanente, porque pobre desgraciado el que decidiera aceptar vivir junto a una histérica que lo único que sabía hacer era poner histérico al hombre con sus celos repentinos. No gracias, yo no deseaba esa vida llena de mitades y más mitades, o entero o nada. Como yo siempre me repetía, en toda relación había una regla de oro, y era: nunca y por nada del mundo te enamores; es algo sumamente asqueroso y repulsivo que lo único que trae consigo es la pérdida total de la cordura del ser humano. Vale que una noche quieras divertirte, vale que en vez de una sean muchas, pero nunca, nunca de los jamases, se te ocurra repetirlo con la misma persona dos veces porque eso significaría que primero, o es que de verdad te ha absorbido el cerebro el “amor”, o segundo, es que verdaderamente estás desesperado por mojar con alguien que lo haces con la misma persona porque es la única que te aguanta. Nunca la desesperación debe hacerse acopio de tu voluntad o sino te esperaría un futuro dentro de un matrimonio formando una familia en la que tu vida se acabaría convirtiendo en un día a día de lo más monótono e insoportable y acabarías arrepintiéndote de no haber parado cuando debías. Al menos, estaba seguro de que esa vida no estaba hecha para mí, por lo cual era inmune a esos lazos que un niño malcriado con pañales y mala puntería trataba de enviarme cada noche a mi cama.
No dijo nada hasta que apartó la vista del periódico para contemplarme de pies a cabeza sin siquiera cortarse lo más mínimo, para nada, seguía mirándome descaradamente. Menudo maleducando.
-Si quieres puedes tomar una foto –apunté al ver que no reaccionaba.
Parpadeó sorprendido, dejando caer sus gafas sobre su pecho acabando en un “toc” a penas audible.
-¿Se puede saber por qué demonio estás desnudo? –preguntó tratando de evitar perder los nervios.
Me contemplé durante unos segundos para ver lo que estaba mal en mí, pero en vez de encontrar imperfecciones vi un cuerpo esculpido a base de gimnasio puro y duro y unas noches alocadas con mujeres de todo tipo; como para no tener un cuerpazo único en su especie como el mío. A eso hoy en día se llamaba envidia.
-Amigo, no debería sorprenderte el verme mostrando mis virtudes al mundo entero, porque lo mío es arte. Sí, arte, y no siento reparos en posar ante un entendido en cultura griega y romana ya que puedo ser considerado un David de Miguel Ángel o un Adonis a tomo y lomo… -dije todo orgulloso de mi cuerpo mientras hacía poses simulando una prueba de cámara.
Escuché un bufido repentino del pecho de mi amigo.
-¿Es que acaso no ves que estás haciendo el payaso? Mira Keith, si no te das prisa llegarás tarde a la entrevista de trabajo, y si llegas tarde a esa entrevista que citó la jueza para poder así permitirte la libertad, créeme que no dudaré en dar mi brazo a torcer y dejarte que pases una buena temporada encerrado –me dijo todo serio, tratando de no verse enfadado ante mis ojos verdes oliva.
-Oh, venga Frankie –dije haciendo pequeños pucheros con los labios sobresalientes. Dios, qué labios. –No es para tanto, ya sabes que no suelo dormir con pijama, lo considero una especie de barrera que impide la libertad del ser humano ante las presiones de la sociedad –añadí con seriedad mientras levantaba mi brazo en lo alto y lo apretaba en un puño mostrando mi disgusto sin reparos.
Él enarcó una ceja, incrédulo.
-Ya, ya, claro… -paró a tomar aire para luego seguir –. Mira Keith, no quiero desilusionarte pero es por la mañana, acabo de desayunar y no quiero estar indispuesto nada más empezar el día. Anda, al menos concédele a este amigo tuyo un minuto de tranquilidad y no le hagas arrepentirse de haberse hecho cargo de un crío inmaduro, porque eso es lo que eres Keith: un crío inmaduro –remarcó la última parte haciendo aspas con los brazos a su alrededor.
Me enfurruñé y fui arrastrando los pies, cabizbajo, por el suelo deslizante, cómo no, se trataba de un parqué muy pulido y pulcro, una delicatessen para unos calcetines blancos a estrenar. El día empezaba ya lleno de impedimentos.
El camino en coche hasta la oficina de mi nuevo trabajo fue tranquilo, bueno, menos alguna que otra discusión debido a mis múltiples intentos de fuga en plena marcha.
-Quédate aquí –me ordenó todo serio.
-Sí, mi capitán –accedí medio en broma poniendo mi mano derecha en la frente como los marines.
Cuando me dejó solo frente a la puerta esperando, no pude evitar contemplar los alrededores. Los edificios, altos pero no tanto como en la Gran Manzana, impedían el alcance con la contaminada atmósfera que rodeaba los cielos de las urbes. Los minutos pasaban y a mí seguía invadiéndome la impaciencia. Necesitaba acción, adrenalina, carreras de coches o lanzarme por un puente o acantilado. ¡Lo necesitaba! Mientras esperaba se me ocurrió un método de matar el tiempo sacando mi arsenal de caballerosidad facilitando el acceso a las damas que entraban allí donde mi amigo se encontraba reunido y de paso a otros establecimientos cercanos. En cuanto dejaron de aparecer damiselas en apuros necesitadas de la ayuda de un alto y guapo príncipe abre puertas, comencé a sentir la necesidad de desaparecer, y justo cuando estaba a punto de fugarme por última vez, una hermosa joven, alta y bien formada, pasó frente a mis ojos. ¡Menudo espectáculo! Me quedé embobado con su seguridad al andar. Lo malo era que su atuendo no es que fuera de lo más atrevido, era lo contrario a las mujeres que había conocido en mis anteriores años, y la verdad, no estaba nada mal.
Hice ademán de abrirle la puerta y antes de que cruzara la puerta del establecimiento me dirigió una mirada fugaz en la que conectamos visualmente durante unos escasos segundos pero que me dieron pie a examinar mejor. Dotada de unos ojos color caramelo que iba adoptando cierto tono verde en el centro, alrededor de la pupila, llamando mucho la atención a su mirada dominante y firme, me hizo sentir cierto temor pero a la vez excitación.
-Hey… -dije mientras le enviaba una sonrisa radiante.
-Buenos días –respondió manteniéndome la mirada seria antes de hacer como si nada y entrar.
Espera, ¿cómo? ¿Tan solo un buenos días soso y desdeñoso? ¡Venga ya! Yo me esperaba algo más parecido a un: “Hola, ¿qué tal?” o “Oh, vaya gracias” mientras me comía con los ojos y así me daba pie a mantener una conversación que la encaminaría poco a poco a una cita incluyendo su dirección y número telefónico. Pero en cambio me veo sin nada de nada. ¿A caso me estaba tomando el pelo? ¿A caso tan mal estaba ese día? Me quedé parado frente a la puerta mientras veía cómo la muchacha desaparecía entre uno de aquellos despachos improvisados que había allí dentro. Gracias a que aquella puerta reflejaba mi figura pude verme y la verdad, no estaba nada mal; estaba absolutamente deslumbrante, como siempre. Entonces, ¿por qué no había pasado nada de lo que había previsto? No pude evitar el impulso de desobedecer las órdenes de Frankie y entrar dentro.

No hay comentarios: