6.05.2011

Divina Prohibición cap 3

3. Gabriel

Pasadas las dos y media de la madrugada, una pesadilla infernal me amordazó el cuerpo con sus tenazas oscuras y sangrientas.
Sentí cómo las garras de algo me desgarraban la espalda. El dolor fue martilleante, como si me graparan hojas a mis omóplatos; la sangre caía en pequeños riachuelos bajo mis pies, y mis manos se clavaban a la corteza del tronco en el que me apoyaba. No podía más, aquel sueño me estaba matando.
Una parte de mí me decía que no era real, que en aquel sueño tan solo era una niña indefensa e inconciente de lo que me sucedía, pero de repente, como si el que recreaba ese sueño me leyera mi monólogo mental, ahí estaba yo con veintidós años, sufriendo en carne propia lo que tanto temía: el dolor de las alas.
Mientras me aferraba lo más que podía a la vida, una voz, más bien dos, me llamaron de lejos. Unas voces muy familiares, tanto que me alivié de tenerlas al lado.
Shem salió de detrás de Rafael, reflejaba el horror absoluto mientras que Rafael gritaba un nombre que no supe comprender y de repente todo se había envuelto en sombras.
—¡Cleira! —gritó Rafael cada vez más alto entre las tinieblas, como si tratara de alcanzarme a donde ya no podía.
Las tenazas se aprensaron a la piel de todas mis extremidades, y la sangre cayó aun más, marcando la oscuridad con su rojo escarlata.
—¡Ángel! —gritó esta vez Shem, y las tenazas me soltaron, haciéndome caer al vacío absoluto del que la luz repentina de una lámpara puso fin.
Abrí los ojos y me encontré de frente con los grises ojos de Rafael, abiertos de par en par, contemplándome angustiado desde el extremo de mi cama.
Me sentí empapada en sudor, como si me hubiera sumergido en una piscina en plena noche, y un desgarrador dolor en plena espalda.
—Cleira, ¿estás bien? —dijo Rafael, sentándose a mi lado, pasando una mano por mi frente sudada —. Ha sido otra vez esa pesadilla, ¿verdad?
Su mirada llena de comprensión ante mi miedo me hizo querer abrazarlo con todas mis fuerzas. Rafael había sido quien me acunaba desde que era una niña y había sufrido el primer ataque de pánico reflejado en mis sueños en forma de pesadillas muy vívidas. A lo largo de los años conseguí neutralizarlas, incluso había llegado a omitirlas y dormir plácidamente, pero desde la muerte repentina de Charlotte las pesadillas volvieron, mortificándome nuevamente durante las noches, y Rafael, al igual que yo, estábamos viviéndolo todo con más intensidad.
—Lo siento mucho, Cleira, de veras que lo siento mucho —decía mientras me ahuecaba el pelo con sumo cuidado, inundándome el cuerpo con su aura tranquilizante, como su fuera un analgésico para mi dolor.
—No tienes por qué sentirlo, Rafael, soy yo la que te quita el sueño todas las noches sin ninguna tregua —tenía la boca pastosa con sabor a sangre… hum… Genial, me había mordido la lengua mientras dormía.
Traté de sentarme, me dolía la espalda un mundo y estar acostada no me ayudaba demasiado, ni por mucho que fuera una cómoda cama de agua. Rafael había decidido comprarla para hacerme más llevadero el dolor después de pesadillas así.
—¿Te duele la espalda? —preguntó serio él, apoyando su mano en mi hombro, y no pude evitar dar un respingo de aviso.
—No es para tanto —traté de darle poca importancia.
Pero él no me creyó y se levantó de la cama con gesto aun más serio, enfadado.
—Les dije que era peligroso —bramó para sí mismo, Rafael pocas veces se ponía así, y todas cada vez que el dolor que trataba de disimular me delataba —, les dije que aún no era el tiempo pero no me hicieron caso.
—¿De qué hablas?
La voz me falló y acabé tosiendo, manchándome las manos y las sábanas con salpicaduras de mi propia sangre. Rafael me vio horrorizado, frunciendo tanto el entrecejo que pensé que se le iban a meter las cejas en las cuencas de los ojos y vino enseguida a limpiarme las manos con su pañuelo.
—Esta es la primera vez que pasa —apuntó él.
—Lo sé —y me sorprendí a mí misma sintiendo las lágrimas del pánico recorrer mis mejillas.
Rafael volvió a ponerse en pie y se marchó al salón.
Traté de ponerme en pie y seguirlo. Nunca antes había sangrado de esa forma, sí por alguna herida que me hacía mientras dormía, pero esta vez, a parte de la mordedura en la lengua, la sangre había venido de dentro de mi organismo, y eso tanto él como yo nos dimos cuenta. A Rafael no había quién lo engañara en algo así, él simplemente lo sabía.
Trastabillando con mis propios pies llegué a duras penas al pasillo y vi a Rafael iluminado por la luz de la calle, contemplando con los ojos vidriosos la lluvia que caía fuera. Los ojos de un ángel siempre reflejaban los sentimientos humanos, y Rafael ahora estaba sufriendo por mí, y eso me mataba aun más que la pesadilla.
Caminé hacia él y lo abracé por la espalda, apoyé la cabeza a su espalda. Me llené de su fragancia exquisita, tan envolvente y apaciguadora…
—No hicieron bien en elegirme, Cleira. Puedo curarte las heridas pero no puedo curarte ese dolor interno… si estuviera aquí Gabriel… —murmuró con recelo.
—Y eso que más da, Rafael, para mí Gabriel es como un desconocido, pocas veces ha venido a visitarme, y sólo lo ha hecho para dejarme aun más trastornada… Los intentos de Gabriel son buenos pero… creo que me han empeorado.
Recordé las veces que Rafael me había dejado bajo el cuidado de Gabriel, las veces que había tratado de eliminar el dolor de mi alma y es que antes había necesitado ayuda psiquiátrica y estuve internada durante unos meses en el centro donde Rafael atiende indecisos. Gabriel me trató y consiguió devolverme a la realidad, y yo se lo agradecí, pero después de ello él se fue y no regresó, y el dolor fue en aumento a excepción de la resistencia. Me hice más fuerte y mi aguante mental no me permitió caer nuevamente en el abismo del terror.
—Pero a pesar de todo él consiguió más que yo… Si no hubiera sido por su intervención aún seguirías en esa cama de hospital atada y sedada —se apartó de mí como si me repudiara, como si no soportara mi proximidad, pero sabía que trataba de castigarse a sí mismo por no haber conseguido ayudarme.
—Lo sé, pero Rafael…
El timbre sonó interrumpiendo mi discurso.
Ambos nos giramos hacia la puerta y Rafael se acercó para abrirla y Shem apareció al otro lado, calado hasta los huesos, con el pelo pegado a su cara y sus botas chirriando por el parqué del suelo, y entró sin reparar en Rafael que aún sujetaba la puerta y se acercó donde estaba yo.
—¡Ángel! —dijo apresurado y me agarró por los hombros con ambas manos y me giró, dejándome de espaldas a él.
—¡¿Qué haces?!
Estuvimos así un buen rato hasta que él disminuyó la presión de sus manos que me sujetaban muy cerca del foco de mi dolor.
—Pero si no tiene… —me soltó—. ¿Qué pasa Rafael? ¿A qué vino esa llamada de antes? —le preguntó él, molesto a la vez que impaciente.
Tanto Rafael como Shem se sostuvieron la mirada hasta que la bajaron a la vez.
—¿Tú lo llamaste? —pregunté a Rafael sorprendida por tal acción. Rafael, el que siempre le tenía una sorna precavida a Shem… me dejó sin palabras.
Ambos, tanto ángel como caído me observaron inmutables y se sentaron rendidos en el sofá.
—Hasta que por fin lo comprendes —dijo Shem con una media sonrisa pintada en los labios, pero su seriedad hizo que a penas fuera una mueca.
Seguí de pie al lado de la ventana, sintiendo cómo las gotas de lluvia se estrellaban contra el cristal, como si trataran de atravesarlo y darme de lleno. Estaba tan sensible a lo que me rodeaba que a duras penas conseguí llegar a la silla al lado del sofá.
—¿Qué haremos ahora? Los ataques cada vez son peores y Cleira… ella puede que… —se frenó a media frase, apretando sus manos hasta dejar sus nudillos blancos como la nieve.
—¿Has llamado a Gabriel? —dijo Shem con la mirada perdida y desenfocada, sumergido en sus maquinaciones.
Shem siempre supo lo de Gabriel, una vez tuvo que verse obligado a llamarlo cuando, en medio de una discusión sobre si Emma debía o no seguir el consejo de su amiga la creyente de vampiros, me dio un ataque, el primero estando despierta y consciente de mis actos. Shem se espantó tanto que se quedó pálido como el papel y me llevó en volandas al centro donde Rafael consiguió sedarme y dejarme grogui.
Rafael asintió seguro hacia Shem.
—Mis sueños… —interrumpí el silencio principal habido entre esos dos—. ¿Qué me pasó? No recuerdo nada y lo que veo en los sueños, más bien pesadillas, es cómo me salen las alas y supuestamente no puedo tenerlas hasta cuando consiga el título de ángel.
Rafael levantó la cabeza y me miró fijamente.
—Así es.
—Entonces eso quiere decir que a lo mejor… yo… voy a recibir mis alas pronto, ¿verdad?
Esta vez fue Shem el que me miró con tanta fijeza que pensé que me atravesaría con rayos x la cabeza.
—No sé yo si eso sea así… —empezó no muy seguro.
—Puede que sea eso, pero Cleira, es mejor que no te hagas ilusiones con la proximidad de esa entrega.
De repente, en medio de nuestra conversación, un torbellino se formó en medio del salón y una luz cegadora iluminó la habitación, más bien todo el piso, y de ella unas alas blancas inmaculadas salieron hasta chocar contra las paredes y el techo: las alas del arcángel Gabriel.

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