7.19.2010

Carta a través del Océano

Siempre fue mi sueño coger una botella verde de vidrio, aquella típica que se usa para los vinos o cualquier bebida alcohólica, escribir una nota con cualquier pensamiento o, si voy más lejos, mi nombre más mi dirección y lanzarlo al mar y ver si por casualidades del destino llega a manos de alguien de otro país o incluso continente y éste me responda.
Así que un día me armé de valor y le pedí a mi padre una de sus tantas botellas vacías de vino, le encantaba darle a la bebida al pobre hombre, y no sin antes hacerme un interrogatorio digno de un policía, me la dio con desconfianza.
Fui a la carrera hasta mi habitación a por una hoja que había encontrado en una casa abandonada y que tenía pita de tener más de una década, para escribir mi pequeño mensaje, bueno, pequeño es quedarse corto porque al final acabé extendiéndome más de lo pensado en un principio. No escribí mi nombre aunque sí el que todos solían utilizar para llamarme y al que ya estaba más que acostumbrada, indiqué la dirección con la calle, el portal sin el número de piso pero puse el buzón de la comunidad ya que si encontraba algún pirado psicópata la botella no quería arriesgarme a correr peligro. Luego cogí la chaqueta colgada en el perchero de la entrada de casa y salí al trote hacia el pico de costa más alto de la ciudad.
El viento soplaba con fuerza aquel día, todo estaba desierto, sin un alma, y daba la sensación de que iba a acabar lloviendo de un momento a otro. En el momento en que me acerqué a la orilla una ráfaga de viento me impulsó hacia atrás casi llegando a tirarme al suelo. Conseguí ver la fuerza del mar embravecido frente a mí que chocaba una y otra vez contra el saliente y me sorprendió notar cómo el suelo temblaba a cada embestida bajo mis pies. Suspiré, llenando mis pulmones de aire frío y, botella en mano, levanté el brazo, lo llevé hasta tenerlo detrás de mi cabeza y lo impulsé hacia delante abriendo la palma de la mano para que saliera despedida hacia las profundidades de aquel mar que parecía que aquel día se había levantado con el pie izquierdo. Una parte de mí pensó que aquel día había sido el mejor porque la marea estaba muy agitada y se llevaría consigo aquel mensaje que con tanto entusiasmo había preparado, y estaba deseosa por, al menos, tener una respuesta a él.

Ahora me encuentro en la universidad y de aquella ya habían pasado como al menos unos siete años que se me había dado por enviar mensajes ocultos. Quién me diría que en este preciso momento iba a tener la respuesta que durante mucho tiempo estuve esperando deseosa día y noche en mis manos. Estaba eufórica.
El sobre tenía un sello un tanto extraño y no tenía remitente con lo cual debía de tratarse de una persona que no quería ser encontrada. Qué irónico. Lo abrí y vi dentro una pequeña postal más un papel doblado varias veces sobre sí mismo y colocado delicadamente en el interior de aquel sobre. Al desplegar la carta leí el mensaje escrito a una caligrafía muy bien cuidada y pulcra, digna de admiración.

Pequeña Luz, encantado de conocerte por este pequeño obsequio recibido de mi querido amigo y mensajero, el mar. Que sepas que no voy a reprenderte por haber usado lo que se supone basura porque en este caso no voy a considerarlo como tal, más bien lo considero como una alegría ya que leer tus palabras me han alegrado el pesado día que he tenido hasta que te encontré vagando sin rumbo fijo por el agua fría y turbia del océano. No sé durante cuánto tiempo has estado esperando esta respuesta pero he de decirte que ha valido la pena, al menos para mí, un viejo lobo de mar. Ha sido un placer conocerte y estaré esperando con impaciencia tu siguiente botella si aún sigues manteniendo ese tipo de comunicación vía mar.
Saludos de parte de un amigo:
P.

Estuve a punto de tirar el papel al suelo de la impresión al leer la "P" que salía bien en negrita en aquel escrito pues sentí de repente una especie de relampagueo en las manos que iban recorriendo todo mi cuerpo dejándolo frío y caliente a la vez.
Volví a leer lentamente la carta, y una y otra vez no paraba de sentir la misma sensación extraña al pronunciar aquella letra intimidante.
Me acerqué hasta el ordenador y busqué el sello que había pegado al sobre pero me encontré con un callejón sin salida, no había ninguno con la misma imagen que aquel, ninguna con una especie de tenedor a lo grande, un tridente y que de cada punta desprendía rayos que formaban el marco por los bordes del sello.

En mucho tiempo, a pesar de mi ardua búsqueda, nunca llegué a encontrar otro sello igual que el que tenía en mi poder, y sabía que debía guardarlo como un tesoro ya que quien me lo mandara lo hizo para alegrar a la niña que hay en mí y que se había quedado aguardando aquella respuesta a pesar de los muchos años que ya habían pasado.